Ayuda más allá de cualquier frontera

El 14 de enero del 2010, un terremoto de magnitud 7,3 en la escala de Richter arrasó el país caribeño de Haití. Fueron 36 segundos letales que provocaron más de 200.000 muertos y aproximadamente 1,5 millones de personas afectadas. Inmediatamente, tras conocerse la noticia, SAMU convocó un gabinete de crisis para acudir al auxilio de los damnificados.

Haití se convirtió de este modo en la primera misión humanitaria en la historia de SAMU. Desde entonces, la organización ha participado en 11 misiones humanitarias, 10 de ellas internacionales. La última fue en junio de 2021, cuando un grupo de 20 profesionales de SAMU viajaron a Costa Rica para apoyar a los sanitarios locales ante la incesante expansión del Covid-19.

Haití fue una de las misiones más largas emprendidas por SAMU, sólo superada por la misión en Filipinas, en 2013. En total, cinco contingentes diferentes formados por 45 personas (11 médicos, 25 enfermeros, 3 arquitectos, un psicólogo, un farmacéutico y una persona de logística) viajaron hasta el país caribeño. La misión arrancó el 14 de enero de 2010 con la creación de una comisión aposentadora y finalizó el 16 de abril de ese mismo año, con la llegada del quinto contingente a España, tres meses en total. SAMU se centró principalmente en atender a la población de Jimani y Puerto Príncipe. En total se asistieron a 9.973 personas.

En esta primera misión, SAMU contó con la colaboración del Ayuntamiento de Sevilla, BUSF (Bomberos Unidos Sin Fronteras), Farmamundi y Aecid (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo).

Un año después de Haití, SAMU actuó en Lorca (Murcia), donde la tarde del 11 de mayo de 2011 se produjo un terremoto de magnitud 5,1 que tuvo múltiples réplicas (131). Este sismo ocasionó 9 muertos y más de 300 heridos.

Dos días después del terremoto, SAMU recibió por parte del teniente coronel del EMAT (Escalones Médicos Avanzados de Tierra) del ejército de Tierra Félix Conde la solicitud de una célula de refuerzo de personal sanitario para asistir a las víctimas del terremoto. SAMU respondió a esta solicitud enviando cinco enfermeros y a un médico. Este personal se incorporó a las órdenes del teniente coronel, bajo los auspicios del Escalón Médico Avanzado, el día 13 de Mayo y permanecieron en el lugar hasta el 20 de Mayo del 2011.

La siguiente misión humanitaria de SAMU no llegó hasta 2013: Filipinas. El 7 de noviembre de 2013 el tifón Haiyan (también conocido como Yolanda) azotó la isla de Bantayan, causando muertes y dejando la isla devastada a su paso. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 16 millones de personas sufrieron las consecuencias de este fenómeno a su paso por las islas del archipiélago de Filipinas.

Esta es la misión más larga que ha experimentado SAMU. En ella participaron 27 personas divididas en cinco contingentes. La misión duró cinco meses, del 15 de noviembre de 2013 al 25 de abril de 2014. Durante la estancia de SAMU en Filipinas se realizaron múltiples misiones sanitarias tanto en bases temporales como con equipos itinerantes, y se realizaron colaboraciones con otras organizaciones presentes en la zona en el reparto de alimentos y gestiones logística así como acciones de formación en materia sanitaria dirigido a la población local.

La misión arrancó en el norte de la Isla de Cebú y se acudió a más de 30 poblaciones distintas. En total se asistieron a más de 7.300 personas.

En 2015, SAMU participó en dos misiones humanitarias, Katmandú (Nepal) y Calais (Francia), ambas en colaboración con la Fundación británica Bridge 2.

Tras el grave terremoto de Nepal en abril de 2015, Fundación SAMU envió a un grupo de profesionales y alumnos de Escuela SAMU para atender a la población afectada. Esta intervención fue posible gracias a la colaboración de Obra Social La Caixa, Rotary Internacional, Menarini Responsable, Universidad de Sevilla, Instituto Municipal de Deportes de Sevilla y el Colegio Rural Agrupado El Carracillo de Segovia, así como a infinidad de personas que a título individual hicieron llegar a SAMU recursos para poder atender a la población nepalí.
Una vez en la zona, el equipo de Fundación SAMU se fusionó con voluntarios de la organización Bridge 2 Nepal, especializada en el reparto de víveres, kits de higiene y primeros auxilios. Esta colaboración reforzó las capacidades de ambas instituciones para mayor eficiencia de esta misión.

Ese mismo año, en noviembre, otro equipo de SAMU actuó en el campamento de refugiados de Calais, en el norte de Francia, bautizado como La Jungla. Aquí malvivían más de 6.000 inmigrantes a la espera de poder cruzar de manera irregular el Canal de la Mancha hasta Reino Unido ante la grave crisis migratoria.

En 2016 también se desarrollaron dos misiones de cooperación médica, ambas en Marruecos: El Aaiún y Tan-Tan. Entre los objetivos de estas dos acciones destacaban la formación a sanitarios locales en cirugía laparoscópica y en atención prehospitalaria, reforzar las relaciones con instituciones locales privadas y públicas del ámbito de la salud, talleres formativos dirigidos a la población y la atención sanitaria.

Con estas misiones, especialmente la de El Aaiún, existía el objetivo de explorar las posibilidades de implantación de un programa de urgencias y emergencias dentro del programa de salud del Reino de Marruecos. Estas acciones permitieron la apertura en 2017 de una base de emergencias en Tánger gestionada por SAMU, que se consolidó con la celebración de dos caravanas escolares solidarias en el norte de Marruecos en 2019.

En 2020, SAMU llevó a cabo dos misiones humanitaria: El Salvador y Honduras. En la primera de ellas, SAMU respondió en agosto a la solicitud de ayuda por parte del Gobierno salvadoreño ante el aumento de contagios en plena pandemia mundial de Covid-19. La misión marcó un hito por su repercusión mediática e institucional en ambos países. Ese mismo año, en diciembre, un equipo de SAMU acudió a Honduras para dar respuesta a las necesidades de la población tras el paso de dos fuertes huracanes.

Costa Rica ha sido la última misión humanitaria llevada a cabo por SAMU hasta el momento. En junio de 2021, una veintena de enfermeros y técnicos en emergencias sanitarias acudieron al país centroamericano para apoyar a los sanitarios locales ante la incesante expansión del Covid-19. SAMU estuvo trabajando durante más de tres semanas en dos hospitales de campañas levantados en las inmediaciones del Hospital de San Vicente de Paúl de Heredia.

Área de Discapacidad de SAMU: La conquista de la autonomía

En 2005, SAMU abrió la residencia de mayores San Isidoro en el centro de Sevilla. Hasta el momento, la labor de la organización se centraba en servicios y formación en el ámbito de las emergencias. Con esta residencia de mayores, ya extinta, SAMU daba su primer paso en el campo de la acción social. Tres años después de esta experiencia, en 2008, SAMU tendió su mano a las personas con discapacidad y abrió dos nuevos recursos: la Unidad de Estancia Diurna San Lucas y la Residencia Santa Ana, ambas en Sevilla capital.

“La residencia de personas gravemente afectadas Santa Ana, con capacidad para 36 personas, nace porque SAMU le propone a la Administración andaluza crear un servicio que atienda a personas con daño cerebral sobrevenido, ya que no había ningún servicio en la región que atendiera a las personas con necesidades derivadas de su situación”, explica María José Tinoco, directora del área de Discapacidad de SAMU. Algo similar ocurrió con la UED San Lucas, con 41 plazas. “Este recurso nació porque no había un servicio que apoyara a las familias en el día a día, atendiendo a las personas con discapacidad intelectual y trastornos de conducta sin necesidad de una institucionalización. Así, permanecen en el domicilio y pueden contar con la reeducación profesional a las personas usuarias y la orientación profesional a las familias”.

SAMU, a través de su Fundación, continuó creciendo y en 2010 abrió sus puertas la Residencia San Sebastián, en Cantillana (Sevilla), con capacidad para 60 personas con discapacidad intelectual y graves trastornos de conducta. “Este recurso residencial se distingue de los demás porque es temporal. El objetivo es estabilizar a la persona, proveerla de las herramientas personales necesarias para que pueda convivir en un contexto normalizado (domicilio, otra residencia, unidad de día…). Hasta que esta situación no se da, no disponen del alta terapéutica. Cuando llega ese momento, es cuando se ve el sentido del trabajo de los profesionales. Esto supone una gran satisfacción para el equipo”, apunta Tinoco.

En un afán de crecimiento y de apertura de fronteras, llegan a SAMU a través de licitaciones administrativas públicas tres nuevos proyectos. Así, en 2015, se pone en marcha en Gijón (Asturias) el proyecto de viviendas tuteladas El Alfar, dos pisos destinados a 10 personas con discapacidad intelectual leve que solo necesitan una supervisión para el desarrollo de las actividades de la vida diaria, así como la ejecución de actividades fuera del domicilio buscando su inclusión en la comunidad.

La inclusión como prioridad

Ese mismo año abrió también la Residencia Santa Teresa, en Villafranca de los Caballeros (Toledo), un recurso con 34 plazas que ofrece los apoyos necesarios para que las personas con discapacidad intelectual sean lo más autónomas posible. Uno de los mayores logros relacionados con la inclusión fue cuando tres de los residentes de este recurso se convirtieron en los primeros miembros de Protección Civil con discapacidad de Castilla La Mancha. La vida en la localidad se ha transformando, siendo un pueblo donde la inclusión es una prioridad. El propio alcalde de Villafranca de los Caballeros ha llegado a decir: “Este pueblo es mejor desde que los residentes del centro Santa Teresa están junto a nosotros”.

A principios de 2020, SAMU dio un paso más con el centro de atención a personas con discapacidad física grave El Sauzal, que atiende a 37 personas en régimen residencial y a 19 en régimen de unidad de día. Con El Sauzal, Fundación SAMU incorporó su primer centro dirigido a personas con discapacidad física.

“SAMU es una entidad valiente, que le gusta afrontar retos y atender aquellas situaciones que requieren de una madera especial en los profesionales que se dedican a ello. Es una organización que ve la necesidad de las personas y la ocasión de atenderlas. Es una entidad que sirve a las personas”, explica María José Tinoco.

“Desde el inicio de la atención sociosanitaria en SAMU, los equipos profesionales han sabido crecer, unas veces equivocándose, y muchas otras aumentando sus conocimientos a través de la formación. Los equipos del área de Discapacidad son equipos maduros, asentados, con buenos procedimientos, motivados y conocedores de la importancia de su quehacer diario. Han desarrollado competencias adaptadas a las necesidades de los colectivos que atienden y han perfeccionado sus métodos y protocolos. Han sabido mejorar la profesionalización de su atención”, apunta Tinoco.

El respeto como base

“La relación con personas que presentan algún tipo de discapacidad es más fácil cuanto más respetuosos seamos con ellas, entendamos sus necesidades y deseos personales. Los tratamos como iguales y reconocemos los derechos que le asisten como personas y ciudadanos. Aunque el equipo vaya a trabajar a ‘su puesto de trabajo’, en realidad el equipo se traslada a la ‘casa de las personas usuarias’ para ayudarles a ser más autónomos, a tener una vida digna y merecedora del respeto de todas las personas”, continua María José Tinoco.

“Todo ello puede verse dificultado si la discapacidad es principalmente física, y cognitivamente procesan todo lo que ocurre a su alrededor, siendo más sensibles a las relaciones establecidas y pudiendo exigir en pleno uso de sus facultades mentales cualquier cuestión relacionada con su atención”, relata.

En los centros de Fundación SAMU especializados en la atención a personas con discapacidad física o intelectual trabajan 233 profesionales y por ellos han pasado desde 2008 531 usuarios.

En este tiempo, esta gran familia ha sufrido la pérdida de 42 de sus miembros, dos de ellos por coronavirus. Muchos de ellos han dejado un enorme vacío. Es el caso de José Manuel Martín García, más conocido como ‘Chiquito’, el residente más carismático y querido de la Residencia San Sebastián. Cuando ingresó era muy agresivo, incluso se llegó a escapar del centro en varias ocasiones. Sin embargo, su actitud cambió y se convirtió en un gran apoyo tanto para trabajadores como para usuarios. “Siempre decía que nosotros éramos su familia”, apuntan desde el recurso de Cantillana.

En Santa Ana tampoco olvidan a Manuel Mata Luque, y en Gijón a Enrique Busto Álvarez, víctima del Covid. También ha habido grandes trabajadores que han dejado una gran huella, como Paulino Caro Suárez (Residencia de Santa Ana); Jacobo, técnico en emergencias sanitarias y celador en la Residencia San Sebastián; y Manuel Hidalgo Heredia, conductor del autobús de SAMU durante 10 años y muy vinculado a la UED San Lucas.

Un punto de inflexión en sus vidas

Las distintas áreas de trabajo de SAMU coinciden en un objetivo final: ayudar a las personas. Desde traslado de críticos a menores o SAMU Wellness, el equipo de SAMU ha cambiado la vida de cientos de personas. En las próximas líneas rescatamos algunas de estas historias.

Una odisea de 155 kilómetros hacia la vida

Con el objetivo de salvar la vida a una niña de tan solo 20 meses, efectivos de la Guardia Civil y de cuerpos sanitarios, entre los que figuraba SAMU Málaga, llevaron a cabo en la primavera de 2017 una misión extraordinaria cuyos protagonistas difícilmente olvidarán. Consistió en el traslado de la pequeña desde el Hospital Materno de Málaga hasta el Hospital Reina Sofía de Córdoba en una situación crítica, que requirió la máxima coordinación, un despliegue logístico con muy pocos precedentes en el traslado de críticos, y el mejor desempeño de todas las personas implicadas para dar una oportunidad a una vida que tan solo comenzaba.

La pequeña estaba ingresada en el Hospital Materno de Málaga pendiente de unos estudios que debían determinar si necesitaba un trasplante cardíaco. En ese trance, sin embargo, su situación empeoró y pasó a la UCI. Allí tuvo que ser conectada a un complejo sistema capaz de mantenerla con vida sustituyendo sus funciones vitales (ECMO, Oxigenación por Membrana Extracorpórea), pero este equipo solo podía ser útil para la paciente durante unos días.

La niña requería su traslado urgente al Hospital Reina Sofía de Córdoba: primero, porque necesitaba un trasplante cardíaco que sólo se realiza en este centro; y, segundo, porque en el Reina Sofía disponían de otro equipo ECMO más sofisticado al que la pequeña podría estar conectada durante más tiempo, mientras esperaba la llegada de un donante compatible.

Las circunstancias eran cualquier cosa menos rutinarias. El ECMO debía instalarse en una UVI Móvil, un procedimiento para el que no existía manual, que nunca se había realizado en Andalucía y que en España sólo había uno o dos antecedentes. Además, el traslado debía realizarse sin ningún parón, frenazo o contratiempo durante los 155 kilómetros del trayecto.

La responsabilidad logística recayó en el Técnico en Emergencias Sanitarias de SAMU Málaga Francisco Guerrero, especializado en traslado de pacientes críticos, que actuó con el apoyo de dos de sus compañeros, Miguel Ángel Maisanaba (TES) y Tatiana Mérida (enfermera). “Nunca lo olvidaré. Ha sido mi mayor reto profesional y una responsabilidad enorme”, explica Francisco Guerrero.

El TES de Málaga se reunió en el Materno con el equipo de la UCIP (Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos). “Estuvimos cinco horas reunidos intensivistas, perfusionistas, enfermeros de UCIP y un cirujano cardiovascular para estudiar si era posible realizar un traslado con ECMO en una ambulancia. Desmontamos otro ECMO que tenían allí similar al que estaba conectado la niña y vimos dónde y cómo podíamos transformar la UVI para que todo se acoplara y para que su funcionamiento no se viera afectado en ningún momento durante el traslado”, relata.

Equipo de críticos de SAMU Málaga

Equipo de críticos de SAMU Málaga

La problemática se acrecentaba porque todo el material electromédico debía estar conectado a la red eléctrica y ésta debía mantener el abastecimiento de energía durante el trayecto: “consola de la ECMO, calentador, filtros, alrededor de 15 bombas de perfusión, respirador, monitores y un largo etcétera”, enumera el especialista de SAMU Málaga. “Me vi rodeado de grandes profesionales a los que tenía que explicar cómo actuar en mi ámbito, una UVI Móvil, algo que desconocían”.

Además de la UVI Móvil titular, se movilizó una segunda por si la primera sufría problemas eléctricos. El dispositivo se replicó en esta segunda, en la que también se cargó el soporte físico de la ECMO después de que el equipo desmontara “hasta todo lo desmontable” para mantener el soporte de la pequeña. “No podía salir bien, tenía que salir perfecto. No había lugar para el error”. En la UVI que transportaba a la niña estaban operativos dos intensivistas, una enfermera de UCIP, un perfusionista controlando la ECMO, y la enfermera de SAMU Tatiana Mérida y el propio Guerrero. En la otra unidad, otra enfermera de UCIP y un cirujano cardiovascular preparado para actuar en caso de urgencia. Además, participó el 061 Málaga a cargo de un VIR (Vehículo de Intervención Rápida) con un técnico, un enfermero y un médico.

A las 8:00 del 31 de mayo comenzó la operación en el Materno, con salida de los vehículos a las 11:00 y llegada al Reina Sofía alrededor de las 13:00 horas.

Desde Málaga, dos motos de la Guardia Civil abrieron paso a la comitiva a fin de garantizar que el transporte no sufriera ningún tipo de interrupción ni percance, y, ya en la provincia de Córdoba, dieron el relevo a un vehículo de la propia Benemérita que llevó a los sanitarios hasta la misma puerta del hospital cordobés.

En total, fueron 155 kilómetros en unas dos horas de máxima tensión que acabaron en éxito gracias a la coordinación de todos los implicados. Para la pequeña, fue un paso más, impulsado por más de treinta especialistas de los servicios sanitarios y de seguridad, en su particular carrera hacia la vida.

Juan Carlos Moreno: “Mi gran logro es haber podido sacar todo lo malo que tenía desde hace años en mi interior”

Juan Carlos Moreno ingresó en la clínica de salud mental SAMU Wellness en el verano de 2020 tras pasar el confinamiento de marzo por la pandemia de Covid-19 en un centro especializado en el tratamiento de adicciones de Sevilla. La suya es una historia de superación personal, con el apoyo de la familia de SAMU Wellness. Recuerda que comenzó a salir con sus amigos de noche a los 17 años y, en torno a los 24, comenzaron sus problemas de adicción, no solo de alcohol, sino también de drogas más duras. Él mismo se define como un consumidor social, aunque admite que el nivel de consumo de alcohol y drogas era mayor al de sus compañeros.

“Nunca he consumido todos los días de forma compulsiva, era más bien un consumidor social, pero reconozco que no controlaba la situación”, admite Juan Carlos Moreno, madrileño que hoy tiene 39 años y ha pasado por numerosos centros de desintoxicación. “El estrés, la ansiedad y la frustración me hacían consumir y buscar la evasión a través de estas sustancias. Empezaba con unas cervezas, hasta que se me iba de las manos y mezclaba el alcohol con cocaína”.

Juan Carlos Moreno

Juan Carlos Moreno

Hasta que llegó a la clínica de salud mental SAMU Wellness en julio de 2020, Juan Carlos siempre había recibido terapia para superar sus adicciones pero sin profundizar en el fondo del problema, sin realizar un abordaje integral a su situación. “Yo necesitaba apoyo psicológico, no solo terapia de grupo. Estaba cansado ya de las terapias de grupo, y solo hacía recaer una y otra vez”, reconoce.

Juan Carlos pasó el confinamiento de primavera en un centro de adicciones de Sevilla. Allí conoció a una mujer sumida en una profunda depresión. “No se movía, no interactuaba. Estaba muerta en vida. La trasladaron a SAMU Wellness y cuando volvió tres semanas después era otra persona. Era feliz. Me miró y me dijo: ‘Eso es lo que tú necesitas’. Yo no la escuché, no le hice caso. Me fui a Madrid y volví a consumir”, cuenta el madrileño. “Toqué fondo y fue entonces cuando le pedí a mi compañera que me pusiera en contacto con el equipo de SAMU”.

Juan Carlos ha pasado seis meses en las instalaciones de la clínica en diferente régimen, desde un ingreso hospitalario hasta la convivencia con un compañero en una casa de SAMU, pasando por el Hospital de Día. “En SAMU han ido más allá de mis problemas con las adicciones. Han ido al origen del problema y han realizado un trabajo integral. No han tratado mis adicciones como un problema aislado sino vinculado a otro problema que me diagnosticaron ya de adulto, el TDH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad)”, explica Juan Carlos Moreno.

“De pequeño, mi familia y mis profesores siempre me consideraron un niño malo e inquieto. Estudiaba en el último minuto y tenía problemas de concentración. Nunca se me dieron bien las Ciencias. Tuve muchos profesores particulares pero cuando llegaba el examen, no era capaz de entender qué me pedían y suspendía. La rabia y la frustración era enorme. Mi familia nunca me apoyó y siempre me han considerado una bala perdida”, relata el joven.

“En SAMU Wellness he logrado soltar todo lo que tenía dentro y me hacía tanto mal. He podido superar el duelo de mi madre. Mi madre murió sin verme bien y eso me ha provocado mucho sentimiento de culpa durante muchos años. He podido hablar de toda mi mierda y me han ayudado a gestionar mis emociones y a controlar mis impulsos”.

Juan Carlos tiene planes de futuro en Sevilla, donde quiere formarse para ayudar a otras personas en una situación similar a la suya. “No quiero volver a Madrid, aunque mi familia esté allí, creo que en estos momentos puede ser perjudicial para mí y para mi evolución. Ahora me encuentro muy bien. Si yo me encuentro bien a nivel psicológico, no tengo necesidad de consumir”.

Juan Carlos Moreno lleva ya casi un año sin consumir, pero, como él mismo asegura, el verdadero logro no es ése, sino haber podido sacar todo lo malo que llevaba años en su interior, ser capaz de afrontar con autonomía sus problemas del día a día y decidir por si mismo no volver a Madrid porque no le va a hacer ningún bien. “Ese es mi gran logro”.

Ismael Kone: “Cuando veo chicos deprimidos, les enseño fotos mías de cuando llegué a España y les cuento cómo es posible salir adelante”

Bounama Sarr e Ismael Kone forman parte de la plantilla del centro de Recepción de Menores Extranjeros no Acompañados (Recep) del Campo de Gibraltar y del Centro Extranjero de Primera Acogida (CEPA) de Pelayo (Algeciras), ambos gestionados por Fundación SAMU. Aquí atienden y ayudan diariamente a los menores inmigrantes que cruzan en patera el Estrecho de Gibraltar en busca de un futuro mejor. Actúan de mediadores, ya que ambos conocen a la perfección qué piensan y qué sienten estos chicos. Hace no mucho tiempo ellos atravesaron la misma situación como jóvenes migrantes.

Hoy han conseguido salir adelante bajo la tutela de SAMU y un extraordinario espíritu de superación.

Ambos jóvenes, hoy amigos, se marcharon de su casa cuando apenas tenían 16 años. Sarr, como todo el mundo conoce a Bounama Sarr, es natural de Senegal. Gracias a los ahorros de su padre, pudo viajar en coche hasta Mauritania y luego en avión hasta Marruecos, donde estuvo ocho meses trabajando como albañil y en un mercado, entre otras cosas, hasta que logró cruzar a España. “Intenté cruzar a España hasta en 14 ocasiones, pero siempre me pillaban. Sufrí mucho, me maltrataron. Nunca me imaginé que viviría cosas así”, reconoce el joven.

Bounama Sarr e Ismael Kone, junto a Nicolás Torres.

Bounama Sarr e Ismael Kone, junto a Nicolás Torres.

La última vez que intentó cruzar, en marzo de 2018, hacía muy mal tiempo. Era de noche y la tempestad casi hunde la embarcación en la que viajaba. “Nos salvamos gracias a la ayuda de Dios. Estábamos más muertos que vivos”, relata Sarr, aunque no todos sus compañeros sobrevivieron. “Había dos pateras con once personas cada una, y, a los cinco minutos de partir, la embarcación en la que iba yo se pinchó. Nadé como pude hasta la otra embarcación. Pasé mucho miedo. Estaba lloviendo. Mi único objetivo era sobrevivir”. Sarr logró alcanzar la segunda patera, ya de por sí sobrecargada. Sólo él lo consiguió.

Ismael no tuvo mucha mejor suerte. Natural de Boundiali, en Costa de Marfil, el joven llegó a San Fernando el 28 de octubre de 2017, con 16 años. “El viaje no fue fácil porque tuve que pasar por diversos países como Mali, Argelia y Marruecos. No tenía dinero y estaba solo frente a mi destino, joven, asustado y preocupado por mi familia. No tuve tiempo de explicarle a mi madre que pretendía viajar a Europa, ni ganas de decírselo porque me preocupaba su salud y la de mi padre”, confiesa Ismael.

Ambos jóvenes decidieron emigrar para encontrar un trabajo digno y poder ayudar económicamente a sus familias. La hermana de Sarr ya había hecho el mismo camino antes que él y actualmente vive en Mallorca. “España es la puerta de Europa, de ahí que fuese mi destino”, explica Ismael. “Cuando vivía en Senegal, veía vídeos de España. Me gustaba mucho aunque no entendía nada de lo que decían los vídeos. El sueño de mis amigos era ir a Francia, pero yo tenía claro que prefería España”, añade Sarr.

Ismael reconoce que lo que más le llamó la atención cuando llegó a nuestro país fueron las infraestructuras, como los edificios y las carreteras, pero también ver a tantas personas diferentes. “Lo que más me sorprendió fue ver a tantas personas blancas, les miraba y ellos me miraban con incredulidad. No podía creer que estuviera en Europa”. A Sarr, sin embargo, le llamó la atención “el racismo” que sufrió. “No me lo esperaba. Me trataron mal y me sorprendió mucho encontrarme con ese rechazo inesperado”.

Ambos jóvenes fueron derivados a diferentes recursos para menas (Menores Extranjeros no Acompañados). Ismael pasó por el Centro de Menores Juan Ramón Jiménez en Huelva, la UATE Arcos en Arcos de la Frontera y el ARB El Bosque en Algeciras (los dos últimos de SAMU); mientras que Sarr estuvo en los recursos que SAMU tiene en Jimena de la Frontera y Pelayo, ambos en la provincia de Cádiz.

Todo lo que soy lo aprendí en SAMU. Gracias a SAMU he podido aprender el idioma, la cultura española, he estudiado. Me han ayudado muchísimo. Han cubierto todas mis necesidades. Juan Rodrigo Gil, antiguo director del UATE de Jimena de la Frontera, ha sido un padre para mí. Me quería demasiado y yo no sabía por qué. Él siempre me decía, ‘Sarr, tú tranquilo. Sigue trabajando duro como hasta ahora y llegarás lejos. Tienes mucho futuro en SAMU”.

Ismael también tiene palabras de agradecimiento para sus educadores. “En SAMU he aprendido a tener una disciplina, el idioma, la cultura española y las posibilidades que se me brindaba a la hora de legalizar mi situación en España y poder adentrarme en el mercado laboral. SAMU me ha ayudado mucho a la hora de la integración, tanto social como laboral. También he conocido a muchas personas con las que sé que puedo contar a lo largo de mi vida”, destaca el joven marfileño.

“La persona que más me ha ayudado ha sido Laura Rodríguez, ex directora de la UATE Arcos. También Palma Díaz como directora de El Bosque y, por último, Karen Gil, directora del centro donde trabajo en la actualidad. Todas ellas han confiado en mí cuando era menor y ahora como trabajador”.

Al cumplir la mayoría de edad, tanto Sarr como Ismael decidieron ayudar a otros jóvenes en la misma situación que ellos.

“Después de toda la experiencia que viví durante mi estancia en centros de menores creo que puedo ayudar a otros chicos a entender el funcionamiento de un recurso de estas características. También, a través de mi ejemplo, pueden ver cómo uno puede cambiar de vida si tienes un buen comportamiento, si tienes actitud y objetivos. La empatía que puedo llegar a tener con los chicos es más fuerte que otros trabajadores que no han pasado por la situación de tener que emigrar de su país y en las mismas circunstancias que las mías”, explica Ismael Kone, que reconoce que lo que más le gusta de su trabajo es “poder ayudar a los menores en su evolución desde su llegada hasta la salida del centro donde trabajo”.

La voz de la experiencia

“Cuando llegan al centro, les hablo un poco de mi pasado, de cómo era antes de llegar al centro y de mi estancia en él. Les cuento que llegué como ellos, sin nada, y que, en la actualidad, lo que tengo es gracias a SAMU. El idioma, el trabajo, la documentación… Les hablo de todo lo que he conseguido”, explica Ismael. Su compañero Sarr también utiliza la misma metodología. “Cuando veo a los chicos deprimidos, tristes o perdidos, les enseño fotos mías de cuando llegué y les cuento mi evolución hasta ahora y cómo es posible salir adelante”.

Recientemente, ambos jóvenes estuvieron un mes trabajando en Las Palmas de Gran Canarias como refuerzo en los recursos de SAMU ante la llegada masiva de inmigrantes en 2020, muchos de ellos menores de edad. “Lo que más me llamó la atención fue la cantidad de menores que llegaron a la isla”, apunta Ismael. “Los niños llegaban muy asustados, sobre todo los menores procedentes del Sáhara por los conflictos que se están generando en su tierra. Los menores que proceden de países como Mali también están muy asustados por temas bélicos y terroristas”.

Tanto Sarr como Ismael han logrado regularizar su situación en España y, de momento, no se plantean marcharse del país, aunque no descartan nada. “En la actualidad estoy bien en España pero no descarto viajar a otros países si el destino me lleva a ello. Después de todo lo vivido, ahora estoy centrado en el día a día, vivo el momento. Hoy estoy trabajando para SAMU pero no sé que me puede deparar el futuro. No pienso a largo plazo, pero si me gustaría poder seguir ayudando a los chicos que llegan a España y también me gustaría tener mi propia familia en un futuro, así como un negocio en mi país”, apunta Ismael. Sarr también se muestra muy satisfecho con su trabajo actual, que le está permitiendo pagar los estudios a sus hermanos menores que viven en Senegal para que no tengan que verse obligados a emigrar como él.

Pepi Soult: “Ahora estoy feliz de sentirme útil. Mis hijos están locos de contentos”

Hace más de 20 años que Pepi Soult, natural de Dos Hermanas (Sevilla), venía arrastrando una depresión que condicionaba su vida hasta el extremo. Todo comenzó pocos años después de su divorcio, tras el que ella se quedó a cargo de sus dos hijos menores de edad. En este tiempo, acudió a varios profesionales, pero no lograba superar su situación. La crisis sanitaria del coronavirus y el confinamiento empeoraron su estado hasta que, en septiembre de 2020, decidió ingresar voluntariamente en la clínica SAMU Wellness.

Estaba muerta en vida. Una depresión es algo muy duro. Era una viejecita senil, sin ganas de nada. Sinceramente, me quería morir. No entendía por qué no podía volver a ser la persona que era antes”, relata esta mujer de 65 años. “Yo iba al psiquiatra dos veces al año, pero lo único que hacía era ajustarme el tratamiento, nada más. La pasada primavera lo pasé fatal a causa del Covid-19. Tenía miedo a salir de casa, me daba pánico. La situación se volvió verdaderamente insostenible”.

A finales de septiembre, apoyada por su familia, Pepi Soult ingresó en la clínica de salud mental SAMU Wellness, donde estuvo un mes. Después pasó al Hospital de Día. “Estoy muy contenta de haber venido. El personal es excepcional y el trato con los pacientes es extraordinario. Estoy muy contenta, sobre todo con mi psiquiatra, Gabriela”, cuenta la mujer. “Ahora hago ejercicio físico una hora al día, cocino para nueve personas, me mantengo ocupada. Me siento súper feliz de sentirme útil. Mis hijos están locos de contentos. Ahora, incluso, los veo más que antes. Mi vida ha cambiado”.

Pepi Soult, antigua paciente de SAMU Wellness

Pepi Soult, antigua paciente de SAMU Wellness

Fernando González, Triana: “El personal se desvive por nosotros”

El 19 de enero, Fernando González, más conocido como Triana, dijo adiós a la Residencia San Sebastián tras casi once años. Sus compañeros y los trabajadores del centro se despidieron de él con una gran fiesta en el jardín de la residencia de Cantillana. “SAMU me ha dado la vida. Se lo debo todo. Soy otra persona”, reconoce Triana meses después de su marcha.

Fernando González, natural de Sevilla, ingresó en la Residencia San Sebastián en mayo de 2010. Tenía 32 años. “Yo llevaba muy mala vida. Bebía, me drogaba, incluso tenía problemas judiciales. Mis malos hábitos me ocasionaron muchos problemas con mi familia y mi salud empeoró. Tengo una discapacidad intelectual permanente del 65%”, explica Triana, que ha vuelto a vivir con su madre después de su paso por la Residencia San Sebastián.

“Al principio, me costó mucho adaptarme a la vida en la residencia. No quería estar allí, pero nunca di problemas. Formé parte de la compañía de teatro Idilio Escénico. Mi único propósito era mejorar y salir de allí, recuperar mi vida”.

Triana tiene palabras de agradecimiento para toda la plantilla de San Sebastián, pero en especial para el celador Fran Jiménez, la educadora Estela Garrido y para Alba Garrido, responsable de la compañía de teatro del centro. “Fran Jiménez es un monstruo, es todo corazón. Y Estela me ha dado la vida. Ella ha sido mi educadora. Me ha cuidado, me ha guiado y me ha llevado por el buen camino”.

También guarda un gran recuerdo de algunos de sus compañeros, entre ellos Chiquito, que falleció en 2020. “Era mi socio. Lo hacíamos todo juntos. Éramos una piña”, recuerda. “También echo mucho de menos a Manoli Márquez. Nos hemos ayudado mucho mutuamente. Yo me apoyaba mucho en ella y le daba consejos cuando ella hacía algo que estaba mal”.

Durante su estancia en la Residencia San Sebastián, Triana logró sacarse el título de la ESO. “SAMU me ha dado la vida. Se me saltan las lágrimas cada vez que hablo de la Fundación. El personal se desvive por nosotros. Me lo han dado todo, Soy otra persona. Mi familia está feliz. Ahora vivo con mi madre y le ayudo mucho”.

Triana reconoce que le gustaría seguir vinculado a Fundación SAMU o trabajar como voluntario. Actualmente busca empleo y pronto comenzará una formación que le permitirá realizar prácticas remuneradas a través de la Asociación Paz y Bien.

Carta abierta por el 40 aniversario de SAMU de Borja González de Escalada, vicepresidente de Fundación SAMU

En noviembre de 2008, me incorporé a SAMU después de un largo periodo en el extranjero. Había trabajado en la organización tres años en los noventa. Viví la Expo del 92 desde dentro de los servicios sanitarios y siempre estuve vinculado a la empresa de alguna forma. ¡Incluso pase por el departamento de Contabilidad!

En esta última y definitiva incorporación aterricé de lleno en el sector de lo social de la fundación recién revitalizada con la apertura de una unidad de día, la unidad San Lucas, cuyos comienzos fueron cualquier cosa menos sencillos. De la mano de la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía, abrimos la residencia Santa Ana. En ese mes de noviembre que recuerdo bien comencé como director de este centro. Mi experiencia en SAMU había estado centrada en el ámbito de cuidar personas, pero esto era diferente.

La discapacidad intelectual con daño cerebral impresiona. Y así fue mi primer día de trabajo en la residencia. La llegada de los primeros pacientes me causó una profunda impresión. Recuerdo que llegó mi hermano y me pidió: “Borja, tienes que reunir a tu equipo y decirles unas palabras”. Reconozco que ni en este ámbito tenía experiencia. Me costó, pero así lo hice. Fueron las primeras palabras ante un equipo. Vinieron muchas más.

Sí, era un neófito. Pero me rodeé de un gran equipo. Desde Maribel a Desiré, y a todo el personal que nos acompaño en esos días. La verdad es que fue una etapa que recuerdo con gran cariño por el grupo, por los residentes y por lo reconfortante que es trabajar en ese sector con el que hoy me siento tan identificado, y que se resume en ayudar a quienes necesitan ayuda.

Tuve incluso el privilegio de participar en varias misiones de ayuda humanitaria. He de reconocer que es lo que más me ha llenado a lo largo de estos años: experiencias cambiantes, trabajar 16 horas al día, comer una vez al día, ducharte o no, y volver al campamento feliz del trabajo bien hecho. Don Carlos, mi padre, me enseñó la recompensa que esto supone. Y no lo he olvidado.

Desde entonces, mi puesto me llevó a abrir centros de atención a personas con discapacidad por todo el territorio, comenzando por Cantillana (Sevilla), para lo cual tuvimos que terminar una obra de un edificio medio ruinoso. O en Toledo, donde hicimos un inolvidable sprint para abrir en veinte días un centro que llevaba doce años cerrado.

De ahí pase a la aventura africana de ayudar en la apertura de SAMU Tánger. Fue un gran esfuerzo personal, empresarial y familiar, con la firme intención de volver a internacionalizar nuestro saber hacer, y con el convencimiento de que un buen producto o, en este caso, un buen servicio, tendría una gran aceptación en una población en la que no existía.

Con una idiosincrasia, una cultura y una religión tan distintas a la nuestra, no fue fácil ganarse la confianza de los usuarios y de las autoridades locales. Sin duda SAMU Tánger es uno de los proyectos que más esfuerzo humano ha requerido por parte de la familia.

Mi andadura en SAMU me ha llevado a colaborar con la llegada masiva de menores a nuestras costas, chicos que se juegan la vida a través del Estrecho para buscar una vida mejor. He colaborado en la apertura de centros en Andalucía, Madrid y Aragón.

Este verano pasé al área de Institucional y me trasladé a Madrid donde estamos abriendo nuevos centros y servicios. Es un destino donde las posibilidades para una organización como la nuestra son muy amplias. Tenemos el reto de trabajar con las administraciones para dar a conocer nuestra forma de trabajar y nuestra filosofía, escuchar sus necesidades y ayudar en todo lo que está en nuestra mano.

En nuestro esfuerzo por atender estas necesidades también he sido requerido para atender la llegada masiva de chavales a Canarias. Nos pusimos a disposición de las autoridades y aquí estamos: haciendo lo que mejor sabemos hacer, proteger a estos adolescentes y enseñarles, en el poco tiempo que van a estar con nosotros, todas las dificultades que les quedan por afrontar, y siendo exigente con ellos, puesto que más exigente va a ser la sociedad con ellos cuando cumplan 18 años y pierdan el abrigo de la Administración. Tratamos que tengan claro que deben aprender el idioma e integrarse, e inculcarles la importancia de formarse y ser autosuficientes para conquistar su futuro.

Cortijo Roman: El edén de Los Alcornocales

El proyecto turístico de alojamiento rural Cortijo Román, impulsado por Fundación SAMU en Jimena de la Frontera (Cádiz), cumple un año de vida. Desde que el 1 de agosto de 2020 abriera sus puertas al público, el equipo de SAMU no ha ahorrado esfuerzos para mantener a flote este proyecto cuyo objetivo principal es ofrecer una salida laboral a los jóvenes extutelados de SAMU y lograr su integración social y laboral. La pandemia del Covid-19 ha marcado este primer año, pero las expectativas son buenas y la prueba está en las buenas cifras de reservas cosechadas durante este verano.

Este alojamiento rural está formado por cinco casas: tres de un dormitorio y dos de dos dormitorios, que tienen una capacidad total para 14 personas, aunque es posible aumentar el número de huéspedes según las necesidades. “Todas las habitaciones cuentan con salón, cocina totalmente equipada, baño completo y patio individual con preciosas vistas al pueblo de Jimena y su castillo fortaleza. Cortijo Román se encuentra en el Parque Natural de los Alcornocales, por lo que dispone de numerosas rutas de senderismo y visitas guiadas al castillo en sus inmediaciones. En la actualidad no cuenta con caballos, pero lo hará próximamente ya que cuenta con unas instalaciones adaptadas para ello”, explica el director del ISL Cortijo, Antonio Rodríguez.

Cortijo Román fue con anterioridad un centro de menores gestionado por SAMU. Antes de su conversión, se encontraba vacío, y desde la organización se pensó en varios proyectos para darle utilidad, entre ellos, un centro vinculado a la clínica de salud mental SAMU Wellness. Finalmente, la dirección de SAMU optó por un proyecto de integración de turismo rural que, en sus orígenes, estuvo impulsado por el presidente y el vicepresidente de Fundación SAMU, el doctor Carlos Álvarez Leiva y Borja González de Escalada, respectivamente.

Fueron los propios chicos del centro de menores de Jimena (ISL Cortijo) los que acondicionaron y habilitaron el antiguo Cortijo Román para su puesta en marcha como alojamiento. Para ello, los jóvenes implicados en este proyecto recibieron diferentes cursos a través de la Escuela de Oficios de SAMU, entre ellos, un curso básico de mantenimiento de edificios y piscinas y otros programas de turismo rural, jardinería, pintura, albañilería y restauración. “Desde el primer día, los chicos del centro estuvieron ilusionados con este proyecto y realizaron diferentes actividades como la restauración de muebles; la reparación y pintado de paredes, techos y suelos; el acondicionamiento de jardines; y el mantenimiento de piscina, entre otras. Eran las labores generales para la puesta a punto del cortijo rural”, continúa Antonio Rodríguez.

Cortijo Román

Cortijo Román

“Entre las principales dificultades que nos encontramos durante la habilitación del complejo destaca la adaptación del temario facilitado por la Escuela de Oficios a las circunstancias y características particulares de la finca. Por otro lado, las altas temperaturas del verano también fueron un obstáculo, aunque todos los chicos contaban con sus equipos de protección individual y se hidrataban constantemente, evitando la exposición excesiva al sol”, señala el director del centro.

“Este proyecto, además de ser un aliciente para los chavales, todos menores de edad, ayuda a su integración e inserción laboral y social, y a su desarrollo personal. Aprenden a valorar el esfuerzo que se debe realizar para conseguir el objetivo marcado en el día, aprenden a convivir, por la interacción directa con sus compañeros y demás colaboradores y personal docente. Además, se familiarizan con los materiales que se utilizan para cada cometido, lo que les hace adquirir conocimientos que les hará más competitivos en su futura inserción laboral gracias al equilibrio entre teoría y práctica”.

Actualmente, hay tres personas contratadas en Cortijo Román. Están Belén Barea, la coordinadora del complejo y la encargada de las reservas; Issam, un joven extutelado de SAMU que se encarga del mantenimiento de las instalaciones, y una tercera persona encargada de la limpieza. Además, dos menores del ISL Cortijo realizan prácticas formativas en el complejo y ayudan a Issam al mantenimiento. Son Amín y Omar.

“En el Cortijo, los menores del ISL Cortijo reciben formación de jardinería, mantenimiento de edificios y electricidad a través de la Escuela de Oficios de SAMU y, posteriormente, realizan aquí sus prácticas. Por esta razón, Cortijo Román es un proyecto tan complejo. No es solo una empresa de turismo rural, es también un proyecto social que busca la inserción sociolaboral de los menores tutelados por la Junta de Andalucía y bajo la protección de SAMU”, explica Belén Barea, que comenzó a trabajar en este proyecto en agosto de 2020, una vez que el cortijo ya había sido rehabilitado. “Hoy solo hay dos menores realizando prácticas con nosotros, pero hasta hace relativamente poco tiempo eran doce”. Ellos son los encargados del mantenimiento de las instalaciones y el cuidado de las zonas ajardinadas. “Para mí, no son solo chicos en práctica, son compañeros”, destaca Belén.

“Estos chicos y el doctor Carlos Álvarez Leiva, el Jefe, han sido los que han levantado esto. El Jefe trabajó codo con codo con ellos. Les enseñó a lijar, a pintar. Hizo una labor educativa importante. Para ellos, Álvarez Leiva ha sido un maestro y un abuelo, y, aunque a veces les regañaba, en seguida me preguntaban cuándo iba a a volver”, continúa la coordinadora de Cortijo Román. “Reduan, Otman, Aiman, Samir y Amin son algunos de los chicos que han pasado por aquí y a los que les tengo un especial cariño”.

Barea también destaca el esfuerzo de los profesionales de SAMU que han hecho posible que este proyecto arrancara. “Nicolás Torres, Antonio Rodríguez, Juan Rodrigo, Belén de la Rosa, Jesús Javier Pérez, Emilia Quirós, Juan Otero, Said Qassid, María Luisa Rodríguez…. Son maravillosos. Hacen equipo allá donde van y te hacen sentir parte de este equipo, aunque acabes de llegar”, reconoce.

Son muy pocos los clientes que conocen la relación de SAMU con Cortijo Román, así como que se trata de un proyecto social donde se forman y trabajan jóvenes inmigrantes. “A muchos huéspedes les sorprende, en un primer momento, ver a estos chicos en el complejo, pero la aceptación ha sido muy buena. Me preguntan y yo les explico la función de SAMU y qué hacen estos menores aquí”, señala Belén Barea.

La coordinadora de Cortijo Román reconoce que los primeros meses del proyecto fueron duros, especialmente debido a la pandemia. Teníamos que relanzar una y otra vez el alojamiento, lo cual no era fácil, sobre todo por la mala fama que le precedía al ser un complejo abandonado”, comenta. “Nos costó mucho arrancar. Al principio teníamos sólo reservas los fines de semana y de manera esporádica. Debíamos ser muy flexibles y siempre estábamos condicionados por la evolución de la pandemia, pero, poco a poco, esto ha ido cambiando y este verano hemos estado al completo y hemos acogido la celebración de tres bodas y dos comuniones”.

Barea admite que el Covid-19 está cambiando el hábito y la forma de viajar de los turistas y aún es pronto para saber si la temporada fuerte de Cortijo Román se producirá en invierno (como se creía en un primer momento, al ser un alojamiento rural) o en verano. Lo que sí tiene claro el equipo es que las expectativas son positivas y que el proyecto tiene un esperanzador futuro.

Cortijo Román, en Jimena de la Frontera

Cortijo Román, en Jimena de la Frontera

Belén Barea, coordinadora de Cortijo Román: “Creas lazos afectivos con los menores inquebrantables”

Belén Barea (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1980) es diplomada en Turismo y trabaja desde hace un año en Cortijo Román, un proyecto de turismo rural impulsado en 2020 por SAMU que persigue la inserción sociolaboral de menores inmigrantes.

 

—¿Cuándo comenzó a trabajar en Cortijo Román?
—Hace justo un año. Yo siempre he trabajado como recepcionista en hoteles y hostales. El verano pasado, estaba en paro, y un excompañero que trabaja ahora en SAMU me dijo que estaban buscando recepcionista para un proyecto propio de alojamiento rural en Jimena de la Frontera, mi tierra natal. Reconozco que, entonces, no sabía dónde me metía, no sabía ni qué era SAMU.

—¿Fue a la entrevista sin saber a qué se dedicaba SAMU?
—Recuerdo que lo busqué en Google y lo que encontré me hizo pensar que el compañero me había dado mal el nombre de la empresa. Vi ambulancias, cursos de emergencias, ejercicios de rescate, formación sanitaria. Y pensé: ¿Dónde voy yo? Me he equivocado. Soy recepcionista. Esto no tiene nada que ver con lo mío.

—¿Quién le hizo la entrevista?
—El Jefe, don Carlos Álvarez Leiva. Recuerdo que fue bastante compleja. Al final, me preguntó: “¿Eres valiente?”. Yo no entendí la pregunta, pero le contesté que sí. Y me dijo: “Entonces, estás contratada”. Ahora comprendo a qué se refería.

—¿Qué quería decir con esa pregunta?
—Este es un proyecto complejo. Cortijo Román es una empresa cuyo fin es fomentar la inserción sociolaboral de los menores a cargo de SAMU, especialmente del ISL Cortijo, en Jimena de la Frontera. Yo me metía mucha presión pero Álvarez Leiva siempre me decía: “Tranquilízate si esto no da beneficios a corto plazo, a los menores sí les estamos ayudando”.

—¿Cuál es su papel dentro de Cortijo Román?
—Hago las funciones de recepcionista y de un director de hotel, pero a pequeña escala, hay que tener en cuenta que esto es un complejo pequeño. Me encargo de las reservas, de gestionar los eventos y de coordinar todo el trabajo que se hace en el cortijo. Mis labores son las mismas que la de una recepcionista, pero el trabajo es distinto, es más humano, y me encanta. El trabajo de recepcionista es muy mecanizado. Sabes cómo tratar al cliente, las mismas acciones, sabes lo que tienes que decir y qué hacer en cualquier momento. Pero aquí es diferente. Para empezar, trabajas con menores inmigrantes y no sabes cómo van a reaccionar. Ya no sólo trabajas de cara al público, también actúas de educadora. El trabajo es más humano.

—¿Qué relación tiene con los menores del centro ISL Cortijo?
—Los chicos realizan cursos de formación y prácticas profesionales en el cortijo, por lo que forman parte de mi día a día. Además, a veces acudo al centro de apoyo. Por ejemplo, cuando algunos compañeros del recurso se marcharon a Ceuta para atender a los menores que llegaron durante la crisis migratoria de mayo, estuve trabajando en el ISL Cortijo. La relación con los menores es muy estrecha y se crean unos lazos afectivos, a veces, inquebrantable. Personalmente, me resulta muy duro cuando los chicos cumplen la mayoría de edad y se tienen que marchar del centro. Te preguntas dónde irán, qué será de ellos.

—Estos menores llevan a sus espaldas una mochila muy pesada.
—Yo siempre digo lo mismo: todos somos personas necesitadas de cariño y comprensión. Inmigrante o no. Todo el mundo necesita que le escuchen y ser comprendido. Hay niños a los que les cuesta adaptarse, sí, pero una de las funciones del educador es conseguir que estos menores sean capaces de expresar lo que tienen dentro. Haces de padre, madre, hermano, amigo. Cuando se marchan del centro, algunos nos escriben, necesitan saber de nosotros. Recientemente, recibí una carta de un extutelado que decía: “No sabes cuánto os echo de menos”. Ahí te das cuenta lo importante que es la labor que hace SAMU.

—¿Qué ha sido lo más difícil a lo que se ha enfrentado este último año en Cortijo Román?
—A la incertidumbre. Cortijo Román abrió sus puertas en plena pandemia del Covid-19 y el proyecto no terminaba de arrancar. Para mí, lo peor ha sido no saber qué iba a pasar, si el proyecto iba a continuar o no, si era viable, la aceptación que iba a tener. Afortunadamente, durante los meses de junio, julio y agosto hemos estado completos, y hemos logrado celebrar tres bodas y dos comuniones. Cortijo Román tiene futuro.

Logopedia en personas con discapacidad física en Fundación SAMU

La logopedia es la disciplina que interviene en los trastornos y dificultades de la comunicación humana y de la deglución en todos los ámbitos: investigación, evaluación, diagnóstico, tratamiento y prevención. El objetivo principal es mejorar la calidad de vida y la salud de las personas con alguna dificultad o patología de la comunicación y de la deglución. En concreto, se tratan los trastornos de la comunicación, el lenguaje oral, lenguaje escrito (lectura y escritura), el habla, la voz, la audición y de las funciones orales asociadas (respiración, masticación y deglución).

Las alteraciones de la comunicación y de la deglución pueden producirse en cualquier etapa de la vida por diferentes motivos. La logopedia se ejerce en cuatro ámbitos: sanitario, educativo, socio-asistencial e investigador. Se pueden tratar múltiples trastornos diferentes relacionadas con los procesos de la comunicación humana, el lenguaje, el habla, la voz, la audición y otras funciones orales (respiración, masticación, succión, deglución), por ejemplo, apraxia del habla, afasia, disartria, disfagia, disfemia, trastornos de resonancia, trastornos respiratorios, trastornos de la voz, trastornos del lenguaje escrito (lectura y escritura), patologías con necesidades de comunicación aumentativa y alternativa, patologías de la voz profesional (docentes, cantantes…), voz para población transgénero, la traqueotomía y la dependencia del ventilador, demencia, Parkinson y muchas más.

En el CAMF El Sauzal, gestionado por Fundación SAMU, la atención en logopedia incluye la valoración, diagnóstico y tratamiento de las alteraciones del lenguaje de las personas residentes y de los usuarios del centro de día.

En concreto, se trabaja en la prevención, evaluación y tratamiento de los trastornos de la comunicación en los usuarios que tengan alguna patología o alteración en la voz, el habla, el lenguaje (oral, escrito y gestual), la audición y las funciones orofaciales. Siempre, en colaboración con el equipo multiprofesional del centro, en los casos que se le requiera, para la realización de pruebas y valoraciones de aquellos aspectos propios de la especialidad. También se realiza un seguimiento y evaluación de la aplicación de los tratamientos que se realizan en coordinación con el equipo multiprofesional del centro.

La evaluación del lenguaje consiste en el estudio, análisis y valoración de las habilidades comunicativas de una persona, dentro de un marco interactivo y cambiante, en el que se debe tener en cuenta la fase de desarrollo en la que se encuentra la persona a la que evaluamos.
Esta evaluación tiene la finalidad de detectar, en el caso de las personas con discapacidad, las dificultades que se derivan de su patología de base y el establecimiento de una línea base y un programa de intervención.

¿Qué evaluamos? La forma: donde, por un lado, estaría la dimensión fonológica, recogida de información tras entrevista inicial, evaluación de las bases anatómicas y funcionales (análisis miofuncional) y análisis del lenguaje repetido, dirigido y espontáneo a través de pruebas estandarizadas como PAF, Registro fonológico inducido (RFI). Y, por otro lado, la dimensión morfológica, donde se evalúa las diferentes variantes morfemáticas (género, número, el artículo, pronombres y formas verbales).

Por otra parte, evaluamos el contenido: la compresión semántica (conocimiento de objetos, relación entre ellos, relación entre acontecimientos…), y la producción semántica (selección de palabras adecuadas, entonación, organización adecuada de los elementos sintácticos).

Y, por último, evaluamos el uso, que englobaría la dimensión pragmática, donde estarían recogidas las funciones, uso del lenguaje y competencia conversacional (solicitar deseos y necesidades básicas, expresar sus preferencias, opiniones, sentimientos, ubicación espacio-temporal…). En definitiva, todos esos aspectos del lenguaje que hacen participar de forma activa en una conversación y responder de forma coherente.

La intervención logopédica en el CAMF está basada en una intervención individual y centrada en la mejora de las capacidades comunicativas de los usuarios del centro pero también un trabajo importante en el área de la deglución que cuenta con el apoyo directo de la terapeuta ocupacional y que ha supuesto una organización y supervisión exitosa a la hora de trabajar la deglución segura de los usuarios.

Hay que tener en cuenta que las personas con discapacidad presentan en muchos casos de manera asociada un retraso en el desarrollo y adquisición del lenguaje oral y, en ocasiones, la ausencia total, siendo necesario recurrir a la comunicación alternativa-aumentativa. Las personas somos seres sociales con la necesidad imperiosa de comunicarnos e interactuar con el medio y las personas que nos rodean por lo que la intervención logopédica hará más exitosa la comunicación evitando la exclusión del entorno y fomentando un desarrollo integral de la persona.

La finalidad de toda intervención es el mantener una calidad de vida aceptable en el proceso de envejecimiento y en las alteraciones de los procesos comunicativos y deglutorios que provocan las diferentes patologías de base, por lo que el enfoque terapéutico debe ser integral, permitiendo la evolución y mantenimiento de las habilidades cognitivas a partir de una evaluación minuciosa del sujeto, de sus recursos y posibilidades de su red de apoyo social.

El éxito de cualquier trabajo en equipo es el establecimiento de una buena línea base y un plan de intervención individual que se adapte a cada individuo teniendo en cuenta sus intereses y sus ritmos. Se trata de un trabajo constante y rutinario que evita o retarda el avance del deterioro que lleva consigo ciertas patologías y el inevitable paso del tiempo, manteniendo a las personas motivadas e implicadas en su trabajo de rehabilitación.

 

Autora: Eva María Rivero Acosta. Logopeda del Centro de Atención de Personas en Situación de Dependencia Derivada de Discapacidad Física (CAMF) El Sauzal (Santa Cruz de Tenerife)

 

Frente al monstruo de la adicción

Dice Antonio Torne que, aunque a veces se olvida, el tratamiento de un heroinómano no es el de un enfermo al uso. “No basta con poner un antibiótico”, resume para explicar la complejidad de una recuperación que incluye reconstruir múltiples tejidos, casi todos sociales. Los drogodependientes son, en muchas ocasiones, personas que han roto con todo: familia, trabajo, amigos, y hasta consigo mismo. Llegan con la autoestima por los suelos. Así que a aquellos adictos a la heroína que se presentaban los centros de día en los 90, igual que a los que llegan hoy enganchados al juego, al alcohol o a cualquier otra cosa, no les basta con un medicamento. Toca empezar desde la base: “Hay que motivarlos para empezar y, luego, reconducirlos”.

Éste era el trabajo de los Centros de Día Municipales de Incorporación Sociolaboral de Sevilla cuando el Ayuntamiento los creó, en 1990, y sigue siéndolo hoy, más de treinta años después. Desde hace seis meses, Fundación SAMU ha asumido la gestión de los tres que hay en Sevilla, bajo la dirección del Consistorio. “Siempre procuramos que sea una entidad con prestigio, relevancia y solvencia”, explica Torne, jefe del Negociado de Reducción de Daños e Incorporación Social en Adicciones del Ayuntamiento de Sevilla.

Tres centros pioneros en Sevilla

Antonio Torne sabe bien de lo que habla. Participó como técnico en el diseño de los recursos, allá por finales de los 80, y ha trabajado en ellos desde la primera línea. Son centros que elaboran un diagnóstico del dependiente, determinan sus capacidades y fijan un itinerario personalizado con un objetivo: recuperarlo para la vida en sociedad.

Es una ayuda pública y gratuita que no presta ningún otro recurso y que el Ayuntamiento de Sevilla ofrece en tres puntos, con la gestión de SAMU: los centros de día de Macarena, Polígono Sur y Juan XXIII. Cada centro está integrado por un equipo técnico interdisciplinar, que incluye un psicólogo, un trabajador social, un educador social, un administrativo y un orientador laboral. En total, tienen capacidad para atender a 275 dependientes. Los centros están situados cerca de los puntos de consumo y venta, pero no en ellos. Hay que facilitar que los drogodependientes accedan al recurso, para evitar la tentación de recaer.

Aunque se trata de centros que ofrecen actividades comunes, el itinerario para cada usuario es único, y se va modificando en función de sus necesidades. “La recuperación puede tardar años y no conseguirse nunca plenamente, mientras que otras personas en siete u ocho meses tienen un nivel alto de integración y se les puede dar alta terapéutica”, comenta Torne.

Los cuatro pilares de la atención

El trabajo en estos centros se sostiene sobre cuatro pilares. El primero de ellos, abierto a cualquiera que lo necesite, es un servicio de acogida e información. Se trata de detectar problemas de adicción a drogas, juegos, nuevas tecnologías o a cualquier otra sustancia o conducta. “Cualquier persona puede plantearnos su problemática y la orientamos. Si necesita consulta inmediata de un profesional de medicina lo derivamos y luego seguimos trabajando otras problemáticas”. En lo que va de año, 227 personas han usado este recurso.

El pilar principal es el programa de rehabilitación e incorporación social. En él ingresan únicamente personas derivadas desde un centro de tratamiento ambulatorio concertado por la Junta de Andalucía, a quienes se le plantean un itinerario para su reincorporación a la vida social. La colaboración del usuario es esencial. Por eso, Torne explica: “No se hace nada en contra de la voluntad del usuario, pero eso no significa que hagamos lo que dice el usuario”. El tratamiento durará meses o años hasta que, de acuerdo con el centro ambulatorio, se llegue a la conclusión de que la persona está “recuperada” o que necesita una alternativa. Desde enero, 245 usuarios han hecho uso de este programa, que atendió a 291 personas y 259 en 2020.

El programa de atención precoz se centra en los primeros consumos. Sus usuarios suelen ser menores de 30 años, jóvenes e incluso adolescentes, más chicos que chicas. “Es un programa que está creciendo mucho: cada vez nos llaman más de centros educativos, centros de salud, asociaciones de padres y vecinos…”. Entre las nuevas adicciones de los jóvenes, ha crecido de forma exponencial el juego, ya sea en forma de apuestas online o de gaming, juegos que obligan a un desembolso para seguir compitiendo. 55 jóvenes han pasado por este programa en los seis meses de 2021; más que en todo 2019 (48) y 2020 (33).

Por último, existe un programa para el seguimiento de las altas, que actualmente da servicio a 16 usuarios. “Para una persona que ha sido dependiente, vivir en sociedad es complicado”, cuenta el experto. Con frecuencia, el estigma sigue acompañándole en el trabajo, con los amigos o incluso en la familia. Se carga entonces un peso extra sobre alguien que está tratando de reconducir su vida, y que puede ver en la recaída una forma para liberarse de esa carga. En estas situaciones, es clave la intervención rápida, especialmente si lo hace el terapeuta de referencia. “Es más fácil que llegue rápidamente a quien le conoce desde hace tiempo. Se trata de que no haya ni un solo momento de conflicto, y que pueda recaer”.

De la heroína al ‘gaming’

Todos estos programas están en evolución continua. “El trabajo del Ayuntamiento es pensar qué encontramos y cómo podemos responder”, argumenta Torne. De hecho, muchas cosas han cambiado desde 1990 hasta aquí. Aquellos eran los años de la heroína. “Cayó como una bomba”, recuerda hoy el especialista. Llegó tarde a España, pero arrasó con todo. Se consumía inyectada, y generaba problemas de enfermedades contagiosas, como sida y hepatitis B. Muchos consumidores se prostituían, y contraían sífilis y un puñado de enfermedades derivada del modo de consumo. “Tuvimos que aprender a solucionar esto casi con ensayo y error. No había literatura ni experiencia”.

Fue entonces cuando surgieron los tres centros del Ayuntamiento de Sevilla, que a mediados de los noventa empezaron a tratar otro tipo de drogodependiente: el consumidor de cocaína, la droga glamurosa, más cara, cuya vía de consumo ya no generaba los problemas asociados de la heroína. En cambio, las drogas de diseño del cambio de siglo se trataron preferentemente a nivel asistencial. Ahora, vuelve el dominio de la cocaína y la heroína, a veces combinado (el “rebujito”), y ha subido con fuerza la adicción al juego.

Y entre tanto, el alcohol, que siempre estuvo. “Siempre ha sido la droga más consumida y que más problemas de salud ha dado. Lo que pasa es que es legal”, comenta Torne, que advierte: “Una persona que llega a un síndrome de abstinencia de heroína o cocaína no se muere nunca de ese síndrome; el del alcohol o barbitúricos, sí”.

De fondo, subyace la tesis ya demostrada de que la dependencia no depende de la sustancia sino de la recompensa que genera en el cerebro. “Cualquier cosa que proporcione satisfacción puede generar una adicción. Lo adictivo es el perfil de la persona, y hay un porcentaje de la población que es proadictiva”, comenta Torne. “Ahora nos encontramos con jóvenes adictos al gaming y al gambling, que mezclan con cocaína y alcohol. Si estás bajo los efectos de alcohol tienen menos resistencia a repetir la conducta”.

Cerca de 9.000 usuarios: “Miles se han recuperado”

La clave es reconocer el problema, pero es difícil admitir que algo pasa con el alcohol si está presente y normalizado en todas las celebraciones. Reconocer la adicción al juego tiene el hándicap de que las apuestas online están tan asumidas que se anuncian insistentemente en cualquier retransmisión deportiva. “Los jóvenes hacen vida social apostando juntos”, alerta el técnico del Ayuntamiento de Sevilla. “Hay personas cuya única motivación es fumar hierba, y ahora está subiendo el nivel de THC, lo que lo hace más adictivo y perjudicial”, dice respecto al cannabis. Y tampoco es fácil tratar la adicción a las nuevas tecnologías en una sociedad que tiene un móvil pegado a la mano.

Además, Torne lamenta lo que sigue costando que las mujeres hagan uso de estos recursos. “Se entiende que tiene que el problema de las mujeres debe quedar relegado al ámbito doméstico. No nos permiten que podamos facilitarle recursos de capacitación laboral, formativos… Porque se entiende que mejor se quede en casa. Y da vergüenza reconocer un problema de adicción”. Son en torno al 20% de los usuarios totales. Muchas más, en todo caso, que el 5% en pleno boom de la heroína.

Con todo, Torne lanza un mensaje. Cerca de 9.000 personas han pasado por los tres centros de día del Ayuntamiento de Sevilla en los últimos 30 años. Todos buscan una salida y muchos la encuentran. Los centros les facilitan talleres diarios: deportes, autoestima, habilidades sociales, informática, resolución de conflictos, prevención de recaídas… También una inserción laboral, en colaboración con dos programas de la Junta de Andalucía: la Red de Artesanos, que facilita la formación laboral, y Arquímedes, un programa de inserción laboral que ofrece incentivos de hasta 8.000 euros por la contratación, con flexibilidad para el empresario. Solo se incorporan a estos programas quienes tienen el visto bueno del equipo terapéutico.

Por eso, el mensaje final de Torne es de esperanza. “Dicen que de la droga no se sale. Y yo siempre digo: “Eso lo dirá usted”. Lo que pasa es que la persona que se ha quitado no lleva un cartelito diciendo: “Yo me desenganché de la heroína”. Yo me lo encuentro trabajando en la feria, me guiña, o me cuenta que se ha casado o que tiene un niño. Eso la gente no lo sabe. Yo sí lo sé. Y sé que hay mucha gente que sí se recupera. Miles de personas se han recuperado, estaban tirados, y hoy están con nosotros”.

Menas de bien

Si no me gusta llamar “centro educativo” a un colegio, mucho menos me gustar llamar “mena” a un niño. El término proviene de la parla administrativa, donde se utiliza el acrónimo MENA para referirse al menor extranjero no acompañado. Los profesionales del sector no lo usamos entre nosotros. La Fundación SAMU acoge a más de 2.000 niños y jóvenes que llegaron a España sin compañía de un familiar adulto. De ellos, la mitad se encuentran en Ceuta, en condiciones seguras, aunque inicialmente precarias. Casi todos ellos son varones, aunque también albergamos a unas 80 niñas de especial vulnerabilidad. Estas cifras, nos convierten en la mayor entidad española especializada en la acogida de menores migrantes. Esa experiencia nos permite aportar luz sobre el fenómeno de la inmigración infantil.

Según nuestras propias investigaciones, nueve de cada diez niños sufrió algún tipo de abuso, peligro o privación antes de cruzar nuestras fronteras. A los que somos padres, nos horrorizaría ver a nuestros hijos en situaciones remotamente parecidas a las que han sufrido ellos. Sin embargo, algunas capas de la sociedad tienen serias prevenciones contra ellos; consideran que su destino natural es la marginalidad o la delincuencia, sin el menor conocimiento de causa.

Criminalizar a estos niños reviste la irracionalidad de tomar el todo por la parte. En algunas televisiones he visto imágenes de adolescentes de tez oscura que cometen actos vandálicos o abiertamente delictivos. Actos reprobables, sin duda, que a pesar de ser muy minoritarios entran en una gran caja de resonancia generando alarma. Pareciera que cuando se trata de menores extranjeros, la culpabilidad sea doble. Se transmite una imagen totalmente descompensada, porque los incívicos son una ínfima proporción en comparación con los miles de niños responsables e industriosos que las entidades educamos con tesón.

En algunas ocasiones, hemos tenido que renunciar a abrir hogares en municipios en los que los vecinos o los gobiernos locales se nos han echado encima escandalizados por la apertura. En la peor de ellas, la Policía Local nos hizo un cordón que nos impedía acceder a nuestro centro recién alquilado ¡Porque no teníamos licencia de obra para cambiar el contador! Racismo puro, que resulta injustificado cuando alguien se toma la molestia de conocer de verdad a los chicos.

Puedo entender que los flujos migratorios incontrolados son un factor de desestabilización para nuestra democracia. También asumo que parte de los españoles están en contra; pero yo sí defiendo que lo decente es dar protección y amparo inmediato a niños (y niñas) en franco desamparo. En las naciones más avanzadas, los menores son sujetos de una especial protección jurídica y social, al margen de cuál sea su procedencia.

Otro argumento poderoso en contra de los menas es el coste que supone para las arcas públicas todo el sostenimiento del sistema de menores. En esto doy la razón al que diga que resulta muy costoso, porque además los gobiernos autonómicos tienen que pechar con un fenómeno europeo con presupuestos regionales. Lo que resulta falaz es que los menas “reciban” más de 4.000 euros al mes, como se nos quiere dar a entender.

Dependiendo de la Comunidad Autónoma y de la tipología del centro (no es lo mismo un centro de primera acogida que un centro psicoterapéutico), el coste de cada plaza varía entre 1.500 euros al mes y los 4.650 euros, aunque el precio más común está alrededor de los 2.500 euros. Lo que nadie ha explicado es la intensidad de servicios que recibe cada niño: alojamiento, pensión completa, educación, transporte, servicios de escolarización, actividades, ropa, enseres, actividades deportivas, celebraciones, etc. Realmente, reciben lo que cualquiera de nuestros hijos, pero con la diferencia de que, además, por cada dos niños acogidos es preciso contar con un profesional cualificado para cuidarles: psicología, pedagogía, trabajo social, auxiliares, cocina, limpieza, mantenimiento, seguridad, monitorización deportiva, enfermería. Son decenas de profesionales por centro para educar a los chicos en la consecución del bien común. Pensemos si hay muchos negocios de hostelería que por, digamos, 70 euros al día den, no ya alojamiento y pensión completa, sino ropa, consulta de psicología, transporte, actividades, peluquería, ropa y todos los servicios auxiliares. En el caso de nuestra organización, además, en situaciones de emergencia organizamos el envío de contenedores, infraestructura e incluso construcción. Un “todo incluido” pero “muy todo”.

Sí considero que las entidades especializadas en menores tenemos el deber de responder de esa inversión al resto de la sociedad. En algunos casos, cuando están mal gestionados, los centros de menores son pensiones donde los niños hacen lo que les viene en gana. Todo lo contrario, los centros de pro tienen la obligación de ser núcleos de fomento de nuevos ciudadanos responsables, productivos y con valores sociales y democráticos.

En SAMU consideramos una obligación el educar a jóvenes que sean luego útiles a la sociedad desde el puesto que les toque desempeñar; máxime por la inversión que ha supuesto cada uno de ellos. Si tras dicha profusión de recursos, el joven cumple 18 y termina tirado en la calle, no sólo supone un drama humano de primer orden, sino que el esfuerzo económico se malogra.

Los niños del sistema de protección tienen todo nuestro cariño y comprensión y además los formamos con determinación para ser útiles, amables y solidarios dentro de la sociedad de la que forman parte. Tenemos la alegría de que tantos y tantos empresarios nos hayan dicho de los chicos en prácticas: “Oye, el niño que me mandaste muy bueno, creo que lo vamos a contratar”. Personalmente, estoy muy orgulloso de mis niños y sé que casi todos triunfarán porque son valientes y trabajadores. Son ambiciosos y les mueve el ideal de una vida mejor. Si les llamáis menas, yo los llamaré menas de bien.

Por Carlos González de Escalada, director general de SAMU