Los menores han sido la carne de cañón de la mayor crisis migratoria que ha sufrido Ceuta en las últimas décadas, los mayores damnificados del enésimo choque diplomático entre España y Marruecos. De las más de 12.000 personas que irrumpieron en la ciudad entre el 17 y el 18 de mayo, al menos 1.500 (aunque pudieron ser muchos más) eran niños y niñas. Todos se lanzaron a la frontera como en una marcha festiva cuando el rumor de que en Ceuta daban papeles para cruzar a la Península ardió como la pólvora en las calles de Marruecos y en esas otras calles concurridas que son redes sociales. Pero cayeron en una trampa y quedaron bloqueados en tierra de nadie, acogidos en una ciudad desconcertada y en situación de caos. ¿Qué ha sido de esos niños?
El equipo de SAMU, con más de 250 compañeros en Ceuta, tiene respuestas a esa pregunta. La entidad estuvo en primera línea de esta crisis “casi desde el primer minuto”, recuerda Francisco Javier Olier, uno de los pioneros de este dispositivo. El exdirector del centro de Inserción Sociolaboral (ISL) El Castillejo, en el pueblo gaditano de El Bosque, llegó a Ceuta junto a cinco compañeros en misión humanitaria a las ocho y media de la tarde del 19 de mayo con el objetivo de ayudar a los equipos de Cruz Roja. “Al bajar del barco, nos hicimos cargo del centro de Piniers I, con 250 niños. Dos días más tarde, sumamos Santa Amalia, con otros 250 menores. A los tres días, abrimos un tercer centro en el Tarajal para 280 menores. Además, en plena crisis de Covid, con muchos de ellos positivos o en aislamiento. Una locura”, relata Olier.
En el pico de la crisis migratoria, SAMU llegó a atender a 940 niños en tres recursos: Piniers, El Tarajal y Santa Amelia. “Que cómo se gestiona eso… Pues con muchos dolores de cabeza. Fuimos creando equipos con personal de aquí que ya tenía experiencia y con un apoyo impresionante de la central de Sevilla y del gabinete de crisis, analizando constantemente cómo mejorar. Para mí fue fundamental. El apoyo logístico de Sevilla marcó la diferencia”, reconoce.
Han transcurrido seis meses de aquellos días en los que Europa tomaba el café con la imagen de la valla de Ceuta en los informativos y la situación no es la misma, pero sigue siendo insostenible. SAMU sigue al frente de la gestión del centro de menores de La Esperanza y, sobre todo, del complejo de Piniers, con alrededor de 350 menores bajo su responsabilidad, aunque la cifra varía cada día. Los que faltan han vuelto a su país, han cruzado el Estrecho o están durmiendo al raso en las calles de Ceuta.
Piniers, el lugar elegido para alojar a estos niños y adolescentes, se extiende en una árida explanada junto a la prisión de Mendizábal y el recinto de una empresa de maquinaria industrial, cerca de la barriada del Príncipe Alfonso, la mítica El Príncipe, y con vistas al mar en el horizonte. Allí se suceden Piniers I, II, III y IV, cada uno con sus instalaciones: carpas que hacen las veces de comedores; casetas prefabricadas que cumplen el papel de dormitorios; iglús o habitaciones de obra, en Piniers III, “la joya de la corona”, señala Bilal Amar, de 32 años, Auxiliar Técnico Educativo de SAMU, que hace las veces de guía por los distintos recintos.
En Piniers no hay lujos. Sí hay condiciones dignas para que estos chicos puedan vivir en la situación de provisionalidad por la que atraviesan. Cama. Comida. Higiene. Educación. Protección. Cuidado. Ellos muestran orgullosos sus habitaciones, que decoran con alguna bandera, algún póster, alguna manualidad o pequeño mueble fabricado in situ, “algo que han conseguido o que han comprado en sus salidas”, explica Bilal Amar, al que todos saludan durante su recorrido, pues es parte de esta particular familia.
Los chicos se levantan a las 8:30. Recogen su habitación. Se asean. Desayunan. Limpian el centro y las zonas comunes. A las 11:00, empiezan sus actividades: deportes, manualidades o cursos. Y así transcurre la mañana, hasta las 13:30, cuando se preparan para almorzar a las 14:00.
La tarde es tiempo de formación. La educadora social Marta Ojeda, de 30 años, que es la coordinadora de todos los centros de SAMU en Ceuta, explica que la escolarización ha dado “un impulso” a los chicos. 143 de ellos, los menores de 16 años, se han incorporado a centros educativos de Ceuta que han habilitado turnos extra por las tardes para que estos menores puedan recibir su enseñanza obligatoria. “Cuando escuchan que pueden ir a la escuela están encantados. Les gusta muchísimo. Ellos quieren formarse. Saben que es un paso adelante hacia su futuro”, apunta la canaria.
Para los mayores de 16, fuera del proceso de educación obligatoria, es más complicado. Se habilitan formaciones en recursos diversos de instituciones como Cruz Roja. “Es difícil para ellos, a veces piensan que están perdiendo el tiempo”, explica Ojeda.
En una explanada de Piniers I avanza la construcción de varias aulas, a cargo del Ministerio de Educación, que se destinarán a la realización de un proyecto de atención socioeducativa e inmersión lingüística para estos menores. Incluso se valora la posibilidad de ofrecerles formación profesional de nivel 1. Marta Ojeda cree que este recurso “puede cambiar las cosas”. “Mientras, tiramos de ingenio y de creatividad. Los recursos en Ceuta son limitados y la cantidad de niños que ha entrado es enorme. Estamos constantemente ideando actividades que se ajusten a sus perfiles y a sus gustos”, subraya la educadora social. Javier Olier añade que se les busca actividades deportivas fuera del centro, con equipos de fútbol de la ciudad. Salen a ver al Ceuta FC. A la playa. Ahora se está trabajando para que puedan salir del centro de forma autónoma. “Intentamos que el día a día no se les caiga encima”, concede.
El día en Piniers finaliza a las 23:00. Después de la cena, llega el silencio. ¿Con qué sueñan estos niños? ¿Cuáles son sus planes? Todos te darán la misma respuesta: Ir a España y trabajar. “Porque para ellos esto no es España”, asevera Marta Ojeda. “Quieren cruzar, sea como sea. Y están constantemente viendo cómo hacerlo. La gran salida de los centros es para irse al puerto a ver si tienen suerte. Nosotros hablamos con ellos constantemente, en las asambleas y en el cara a cara. Esto es una montaña rusa. Les llega una información de que hay pase para la Península y eso motiva su salida del centro. Intentamos hablar con ellos desde la honestidad, y no mentirles. Las cosas aquí se llevan a cabo sobre la marcha. Cada día es una aventura total. Es un trabajo duro, pero muy bonito”, relata.
Cada vez que se realizan recuentos, y se realizan recuentos “a todas horas”, es normal que falten niños. Se marchan a la ciudad. A la calle. Es posible verles en la puerta de los supermercados al caer la tarde, o en las gasolineras, buscándose la vida. Algunos se quedan viviendo en asentamientos, como el que es casi permanente en el muelle de la Puntilla, una zona de carga y descarga portuaria.
SAMU, en coordinación con el Ayuntamiento de Ceuta, ha puesto en marcha un equipo de calle que se dedica exactamente a eso: salir a la calle a buscar a los chicos y ofrecerles asistencia fuera del recinto del centro de menores. Mina Mohamed y el educador Fuad Mohamed forman este equipo. Ella lleva el peso de contacto con los chicos. Muchos la ven como una madre. “Les hablo del peligro que tiene montarse en un camión, de cómo se juegan la vida. Les facilitamos alimento o ropa, si lo necesitan. Hacemos un trabajo sobre todo de concienciación y les explicamos que en los centros estarán cuidados. Nos ganamos su confianza, les transmitimos tranquilidad, seguridad, porque tienen un miedo terrible de que les devuelvan a Marruecos”.
En el primer mes y medio de trabajo de actividad, este equipo contactó con 280 niños y consiguió que más de un centenar volvieran al centro. Pero muchos se vuelven a marchar tan rápido como han regresado. En muchas ocasiones, la expectativa de cruzar a España es más seductora que comer caliente y dormir tapado.
El auxiliar de enfermería Manuel Martín es uno de los cinco sanitarios que atienden a los menores en los centros. Llega a Piniers a mediodía procedente de La Esperanza, donde ha realizado el control de niños diabéticos y ha atendido lesiones comunes como cortes y heridas, o patologías previas que los chicos traen de Marruecos, operaciones pendientes o tratamientos que no han recibido. “Ahí es donde tenemos la principal baza de trabajo. Intentamos llevar las cosas lo mejor posible con nuestros recursos, pero hay casos más especiales que hay que tratar en hospitales, de la mano de las autoridades sanitarias”, explica el sevillano, que llegó a Ceuta el 4 de junio, directo del máster de Escuela SAMU, y que está realizando otro máster aún más intensivo, con su mochila al hombro y mucho trabajo por hacer cada día.
La vida en Piniers no es un cuento. Sean 900 menores o 350, todos arrastran historias muy particulares. Muchas, problemáticas. Hay niños adictos al hachís o al pegamento. Los hay agresivos. Los hay enfermos. La psicología, la mediación y el diálogo son herramientas decisivas para evitar el conflicto en un lugar que vive en un permanente y delicado equilibrio. Desde julio, la figura del Auxiliar de Control Educativo juega un papel clave para mantener el control en los centros de SAMU.
Nuhayla Dibdi Abselam, de 20 años y natural de Ceuta, está al frente de un equipo de 65 personas que cumplen una labor pedagógica, frente a la disuasión propia del perfil de vigilante de seguridad. El ACE es una “figura pedagógica”, insiste Nuhayla. “Evitamos que los menores abandones los centros, que se suban a los muros y se lesionen, que se lancen cosas al exterior o del exterior al interior. Intentamos controlar los conflictos con diálogo, con contención verbal, intentando empatizar y generando un espacio de confianza y tranquilidad para los menores”, relata. “Todos hablamos dariya, por lo que no hay barrera idiomática, y estamos consiguiendo muchos avances en el ambiente de los centros”, defiende.
Pero la vida en Piniers no es un cuento y hay conflictos y dificultades que atender cada día, tal y como reconoce Javier Olier: “Fuegos que hay que apagar”. Él recalca que la situación de los menores en Ceuta no tiene nada que ver con la que viven los menores de centros como el que él ha dirigido en El Bosque, en plena Sierra de Cádiz, junto al Parque Natural de Grazalema, con 60 plazas y un entorno social y laboral mucho más amable y esperanzador para estos niños. La situación en Ceuta, durante muchos meses, ha sido de emergencia. Aún hoy el Gobierno de la ciudad sigue reclamando apoyo a voz en grito para que la ciudad alcance un estatus de normalidad con respecto a la inmigración.