Licenciada en Pedagogía y Psicología, Mª del Carmen Martínez López (1972, Jaén), trabaja desde hace casi un año y medio en SAMU como coordinadora de los monitores de educación especial de 44 colegios de Jaén, aunque lleva en el servicio APAE (Agencia Pública Andaluza de Educación), financiado por la Junta, desde 2005 .
—¿Cuál es su función en SAMU?
—Dentro del servicio APAE (antiguo ISE) de la Junta de Andalucía, coordino a los monitores de educación especial de los colegios asignados a través de un concurso público a SAMU. Son 47 trabajadores de 44 colegios de la provincia de Jaén. Yo soy su enlace con SAMU. Recurren a mí si necesitan algo de la empresa, como materiales, o si tienen dudas sobre sus funciones, obligaciones o cómo actuar con un niño. Me reúno con ellos al menos una vez al mes, veo la evolución de los menores a su cargo y también visito a los directores de los centros.
—¿Cuál es el perfil de los menores?
—Hay de todo. Niños con discapacidad intelectual, autismo, síndrome de Down, alguna discapacidad física… Algunos van en sillas de ruedas y tienen problemas motores. Los monitores son sus pies y sus manos. Los llevan de un lado a otro, les dan de comer, hacen juntos la tarea… A los que no controlan esfínteres ,les cambian los pañales. En definitiva, les ayudan absolutamente en todo.
—¿Cuántos monitores hay por centro?
—Depende del número de menores, la delegación concede un monitor por colegio o dos. SAMU tiene 44 centros y 47 trabajadores en Jaén, por lo que hay tres centros con dos monitores porque tienen muchísimos niños. Los monitores no paran, sobre todo los de Jaén capital y los de los pueblos grandes. Están bastante desbordados. Hay monitores que tienen un niño sólo a su cargo y hay otros que tienen seis o siete niños. Normalmente, la delegación de Educación asigna un segundo monitor a un centro a partir de ocho niños.
—¿Siete niños con necesidades especiales no son muchos para un único profesional?
—Muchos no, muchísimos. Imagínate que te juntas con seis niños en silla de ruedas, todos con pañales y que no saben comer solos. Algo tan simple como comerse un yogur. Se lo tienen que dar a todos y controlar que se lo coman bien y que no se atraganten. O, por ejemplo, un niño con autismo, que de repente tiene una crisis y le da por tirar cosas. Te llevas todo el día esquivando objetos o intentando que no se escape de clase.
—¿Qué solución propone?
—Se debería dotar al servicio de un presupuesto adecuado porque al final tenemos trabajadores descontentos y limitados a sacar el trabajo adelante y punto. Personalmente, creo que hay que estudiar los casos de los niños de manera individualizada. No es lo mismo un niño con parálisis cerebral que no se mueve y necesita atención constante las 24 horas del día a, por ejemplo, un niño ciego, cuya atención sí puedes compaginarla con dos o tres niños más. Deberían cubrirse los centros en función del perfil de los menores, no del número de niños que haya.
—¿Lleva mucho tiempo el convenio laboral congelado?
—Llevamos con el mismo convenio desde 2015. El precio que la Junta paga a las empresas por hora por cada monitor es muy ajustado. Por eso es de agradecer que SAMU haya aceptado sentarse con los sindicatos. SAMU es la primera empresa que se ha preocupado en darle a todos los monitores la categoría profesional que les corresponde por convenio y en reconocerles y pagarles la antigüedad a los trabajadores. Yo llevo en este servicio desde 2005 y cada empresa ha hecho lo que ha querido. No sé qué beneficio le saca SAMU a este servicio con los precios tan ajustados, pero sí sé que se ha molestado en arreglarles la situación a los trabajadores. La gente está contenta.
—¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
—Es muy satisfactorio ver cómo un niño de tres añitos llega al colegio en un carrito y al año siguiente se mantiene de pie, y al otro va solo, aunque con limitaciones, al patio. O un niño autista que llega y no dice media palabra y poco a poco empieza a utilizar un sistema de comunicación por pictogramas y, cuando quiere beber agua, coge el pictograma de agua. Cualquier pequeño avance es un logro tremendo. Para mí, eso es lo bonito de este trabajo, ver cómo los niños, dentro de sus posibilidades, van siendo más autónomos. Pero si tienes un niño con una enfermedad degenerativa es diferente, porque no avanza, al contrario, va para atrás, y eso es duro.
—¿Cómo les afecta esto?
—Uno aprende a aceptarlo. A una monitora se le murió una niña de cinco años con una enfermedad degenerativa y no pudo soportarlo, dejó su puesto. Es muy duro. Al principio impresionaba mucho más pero te acostumbras, es inevitable. Piensas: mientras estén aquí, vamos a hacer que estén lo más a gusto posible.